Hay gente que me tiene en muy buena consideración. Tanto es así, que algunos me han llegado a confesar que, en muchas ocasiones, me buscan y requieren mi parecer. Y lo toman como referencia. Debe ser fruto de la naturaleza de mi trabajo: Soy consultor en recursos humanos. (Más sobre mi)
Aunque creo que es también por mi curiosidad: Hace tiempo que escucho a mucha gente. También escucho a personas. Me gusta el estudio de los comportamientos y lo llevo haciendo desde hace mucho tiempo. Leo, estudio, intento mantenerme al día con los avances, estudios y experimentos, cultivo mis contactos… Y trabajo. Trabajo mucho. Hay quien cree que trabajo siempre. Y no le falta parte de razón.
No les falta parte de razón en lo del trabajo. Porque lo de tenerme en buena consideración… Te voy a confesar que, sinceramente, nunca llego a comprender del todo, cuando me contratan, donde estuvo el clic que lo cambió todo. Siempre concluyo que es fruto de tooooodo un proceso muy trabajado.
Hoy en día, debido a la intensa incertidumbre, la gente necesita gurús. Y no deja de buscarlos. Y como la ley de la oferta y la demanda es así, además, no cesan de aparecer gurús y expertos.
Ríete, pero se están viendo cosas más esperpénticas aún… Aunque las hayamos normalizado: Gente que publica libros sin haber escrito nunca (A menudo dudo de si saben o no escribir algunos de estos personajes). Deportistas que por el hecho de ser mediáticos y tener una buena “flora” verbal dan lecciones de liderazgo y de trabajo en equipo (Aunque sean incapaces de mantener un cargo directivo durante dos años…) (Estooooo ahí no cuenta la sociedad que hayan montado para su ingeniería fiscal) ….En fin… Para que continuar: Intrusismo hay en todas las profesiones. En cualquier colectivo profesional uno de los principales debates es cómo combatir el intrusismo.
Con lo difícil que es ser un experto en algo. Con la dedicación que requiere. Con el tiempo, el trabajo, los errores y fracasos, con la creatividad que hay que poner queriendo hacer siempre las cosas un poco mejor.
Pero hay tanta sed… Como en el desierto con los espejismos, eso está pasando con los expertos y con los gurús.
A ver si te vas a creer que traen colgando de su llavero la llave que te va a solucionar todo.
¡¡¡¡Pongamos un gurú en nuestra vida!!!! ¡¡¡¡Y así no nos hará falta pensar!!!!
¿Que tenemos que cambiar algo porque la situación está difícil?
¡¡¡¡Pongamos un gurú en nuestra vida!!!! ¡¡¡¡Y así no nos hará falta pensar!!!!
Sobre los gurús.
Esta historia comienza cuando un sabio llegó a un pequeño pueblo en algún lugar lejano de Medio Oriente.
Era la primera vez que estaba en ese pueblo y una multitud se había reunido en un auditorio para escucharlo. Él, que en verdad no sabía que decir, porque él sabía que nada sabía, se propuso improvisar algo y así intentar salir del atolladero en el que se encontraba.
Entró muy seguro y se paró frente a la gente. Abrió las manos y dijo:
-Supongo que si ustedes están aquí…. ya sabrán que es lo que yo tengo para decirles. La gente dijo: -No… ¿Qué es lo que tienes para decirnos? No lo sabemos ¡Háblanos! ¡Queremos escucharte! Y él contestó: -Si ustedes vinieron hasta aquí sin saber qué es lo que yo vengo a decirles, entonces no están preparados para escucharlo. Dicho esto, se levantó y se fue.
La gente se quedó sorprendida. Todos habían venido esa mañana para escucharlo y el hombre se iba simplemente diciéndoles eso. Habría sido un fracaso total si no fuera porque uno de los presentes -nunca falta uno- mientras el sabio se alejaba, dijo en voz alta: -¡Qué inteligente!
Y como siempre sucede, cuando uno no entiende nada y otro dice “¡qué inteligente!”, para no sentirse un idiota uno repite: “¡sí, claro, qué inteligente!”. Y entonces, todos empezaron a repetir: -Qué inteligente. -Qué inteligente. Hasta que uno añadió: -Sí, qué inteligente, pero… qué breve. Y otro agrego: -Tiene la brevedad y la síntesis de los sabios. Porque tiene razón. ¿Cómo nosotros vamos a venir aquí sin siquiera saber qué venimos a escuchar? Qué estúpidos que hemos sido. Hemos perdido una oportunidad maravillosa. Qué iluminación, qué sabiduría. Vamos a pedirle a este hombre que dé una segunda conferencia.
Entonces le fueron a ver y se lo pidieron. La gente había quedado tan asombrada con lo que había pasado en la primera reunión, que algunos habían empezado a decir que el conocimiento de él era demasiado para reunirlo en una sola conferencia. Y él les contestó: -No, es justo al revés, están equivocados. Mi conocimiento apenas alcanza para una conferencia. Jamás podría dar dos. La gente dijo: -¡Qué humilde! Y cuanto más insistía en que no tenía nada para decir, con mayor razón la gente insistía en que querían escucharlo una vez más. Finalmente, después de mucho empeño, accedió a dar una segunda conferencia.
Al día siguiente, el supuesto iluminado regresó al lugar de reunión, donde había más gente aún, pues todos sabían del éxito de la conferencia anterior. El sabio se paró frente al público e insistió con su técnica: -Supongo que ustedes ya sabrán que he venido a decirles. La gente estaba avisada para cuidarse de no ofender al maestro con la infantil respuesta de la anterior conferencia; así que todos dijeron: -Sí, claro, por supuesto lo sabemos. Por eso hemos venido. El sabio bajó la cabeza y entonces añadió: -Bueno, si todos ya saben qué es lo que vengo a decirles, yo no veo la necesidad de repetirlo. Se levantó y se volvió a ir. La gente se quedó estupefacta; porque aunque ahora habían dicho otra cosa, el resultado había sido exactamente el mismo. Hasta que alguien, otro alguien, gritó: -¡Brillante! Y cuando todos oyeron que alguien había dicho “¡brillante!”, el resto comenzó a decir: -¡Si, claro, este es el complemento de la sabiduría de la conferencia de ayer! -Qué maravilloso -Qué espectacular -Qué sensacional, qué bárbaro Hasta que alguien dijo: -Sí, pero… mucha brevedad. -Es cierto- se quejó otro -Capacidad de síntesis- justificó un tercero. Y en seguida se oyó: -Queremos más, queremos escucharlo más. ¡Queremos que este hombre nos de más de su sabiduría!
Entonces, una delegación de los notables fue a verle para pedirle que diera una tercera y definitiva conferencia.
Él dijo que no, que de ninguna manera; que él no tenía conocimientos para dar tres conferencias y que, además, ya tenía que regresar a su ciudad de origen.
La gente le imploró, le suplicó, le pidió una y otra vez; por sus ancestros, por su progenie, por todos los santos, por lo que fuera. Aquella persistencia lo persuadió y, finalmente, aceptó temblando dar la tercera y definitiva conferencia.
Por tercera vez se paró frente al público, que ya eran multitudes, y les dijo: -Supongo que ustedes ya sabrán de qué les voy a hablar. Esta vez, la gente se había puesto de acuerdo: sólo el intendente del poblado contestaría. El hombre de primera fila dijo: -Algunos si y otros no. En ese momento, un largo silencio estremeció al auditorio. Todos, incluso los jóvenes, siguieron al sabio con la mirada. Entonces el maestro respondió: -En ese caso, los que saben… cuéntenles a los que no saben. Se levantó y se fue.
Si quieres vender un piso, ve a un agente inmobiliario. Si quieres una silla, ve a una tienda de muebles donde te atienda un profesional. Si te duele la barriga, no te conectes a internet: Ve al médico. Y a los futbolistas míralos por la tele.
Si quieres cambiar algo, contrata a un profesional.
Te abrazo
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